Por Laura Alfaro y Khalid Belmar
Durante la noche del sábado se celebró la 31 edición de los Premios Goya. Una gala que, para muchos (como bien pudo comprobarse a través de RRSS), estuvo falta del característico factor sorpresa que es seña de identidad de unos premios de tamaña envergadura. Una ceremonia, si cabe, demasiado rápida en su inicio -pues el ritmo fue in decrescendo a posteriori- que supo a previsible: es cierto que pedíamos ritmo, pero tampoco escopetazos.
Gestos como un emocionado Juan Antonio Bayona desde el minuto uno nos hicieron pensar desde la redacción que el film Un monstruo viene a verme sería la gran triunfadora de la noche, y no nos equivocábamos. Dato a parte es que hubiese algún tipo de presunto chivatazo por la forma de orquestar el espectáculo (como primos galardonando a primos o la visible emoción del director catalán), aunque de eso, precisamente, no es que estemos seguros a ciencia cierta.
En lo personal, nos gustaría hacer una pequeña apreciación: si bien es cierto que Lo imposible (2012) fue una gran sorpresa en taquilla a nivel nacional e internacional, y posiblemente sea responsable del despegue del cine español en esta década, el trabajo del director en esta cinta tuvo mucho más mérito por ese posicionamiento al que aspiraba y, ahora mismo, Un monstruo viene a verme sea el eco y la redundancia de ese gran trabajo en comparación con las películas en las que competía en su categoría: El hombre de las mil caras narra de una forma inteligente y bien hilada un hecho reciente de la historia de España (además de contar con un camaleónico Carlos Santos como Luis Roldán); Julieta habla del amor a una hija -uno de los más puros que puedan existir- sin caer en lo lacrimógeno (en claro contrapunto con el director premiado) y por último, Que Dios nos perdone, porque suscribimos punto por punto lo que dijo Roberto Álamo: ‘Es, ya lo dije en una ocasión, y me la suda, el mejor director o uno de los mejores directores de este país y posiblemente del mundo. Y lo digo de verdad‘. Tardaremos mucho en valorarle a él tanto como a su cine, un cine que proyecta historias valientes y transgresoras; largometrajes que, en definitiva, habrían sido grandes apuestas pero, de nuevo, se ven ensombrecidos por otras historias de trama más recurrente.
Por otro lado, se agradece que Dani Rovira hiciese hincapié en que actrices como Carmen Machi y Bárbara Lennie, consagradas en la industria cinematográfica española, siguiesen apostando por pequeños proyectos y no se dejasen llevar por el éxito en el ascenso a consagrar su carrera. Un guiño al que Penélope Cruz pareció no sentarle del todo bien, ora por su reacción, ora por el olvido que ha parecido profesarle a la industria a la que tanto le debe.
Otro aspecto a destacar son las reivindicaciones que pasaron desapercibidas: un gran logro que Alberto Vázquez se hiciese con el doblete en cine de animación en los Goya. ‘Si un director de ficción estuviese nominado por Mejor Largometraje y Mejor Cortometraje, estaría en todas las portadas‘, añadió Chelo Loureiro al recoger el galardón, y no le faltaba razón. Un claro y rotundo mensaje a los periodistas y que nosotros, desde aquí, suscribimos para darle visibilidad. Por otra parte, se echó de menos el reciente respaldo del Congreso (con la previsible abstención del Partido Popular) a la reducción del IVA del cine al 10%, que se empezará a notar a partir de 2018. Más allá del aluvión de críticas o los constantes latigazos a la industria por parte del Gobierno, es digno de elogiar que la oposición haya trabajado lo para llegar a este punto, por lo que quizá el maestro de ceremonias lo debería haber remarcado.
Menos desapercibidas pasaron consignas como la mayor presencia de mujeres en la industria y la falta de papeles femeninos: reivindicaciones que comenzaron en la alfombra roja con la actriz Cuca Escribano desplegando un chal con el lema ‘Más papeles femeninos‘ y que, a lo largo de la gala, Dani Rovira se preocupó en subrayar. Aunque lo que tampoco pasó nadie por alto, y requiere mención especial, fue el sucinto y emotivo discurso de Carlos Santos en honor a su hermana en un día tan señalado como el de ayer. Un galardón bien merecido por interpretar cada papel dando lo mejor de sí, evitando el encasillamiento, y en claro contraste con los trabajos con los que empezó en este mundo y con los que nos puede ir sorprendiendo cada día más.
La gran alegría de la noche, a nuestro juicio, la protagonizó Emma Suárez. Tras largos años siendo una sombra de lo que fue, a ojos de la industria, la actriz se ve finalmente recompensada consiguiendo un doblete sólo antes logrado por Verónica Forqué. Su papel como Julieta adulta, mostrando una mujer rota, frágil, con ganas de olvidar y a la vez recuperar (sin olvidar su apego al pasado) es una interpretación difícil -como bien señaló la actriz en la gala- y por ello su logro es más que merecido. Aunque tampoco hemos de olvidar a la Julieta joven, Adriana Ugarte, a quien parece que la Academia ha dejado de lado en un papel que no se entiende sin su otra mitad. En lo que respecta a esta película, es digno de mención que un hombre como Almodóvar sea capaz de entender a las mujeres como sólo haría otra, destacando en la construcción del personaje aspectos como la continua culpa que pesa sobre la protagonista en un intento continuo de recuperar el cordón que una vez las unió a ambas.
Los Premios Goya de este año, en definitiva, han sido previsibles de nuevo. Un monstruo viene a verme (o ‘mostro’, o ‘mostruo’, o ‘mostrou’, ¿quién sabe?) recibe finalmente nueve galardones y se encumbra como la gran triunfadora de la noche del sábado. Por eso mismo nos ha parecido de vital importancia titular este artículo como uno de los grabados del artista que da nombre a los premios: ‘El sueño de la razón produce monstruos‘. El respaldo económico de las grandes productoras audiovisuales -como lo son Telecinco Cinema y Atresmedia Cine– garantiza el reconocimiento y ensombrece el coste de otras pequeñas producciones que, precisamente, por contar con menos recursos deberían ser más valoradas.
LISTA DE LOS 29 PREMIADOS